El buque de los enamorados, de Carlos Castro Saavedra
Era un buque en el mar,
era el amor en medio de las olas inmensas,
y era mi soledad de navegante y los peces oscuros de tus trenzas.
Pensaba en ti, soñaba
que iba contigo a perfumar los puertos,
y a sembrar anclas y constelaciones
en las frentes dormidas de los muertos.
Pero soñaba apenas, amor mío,
y las aguas furiosas me sacaban del sueño,
y a ti te separaban de mi costa
como una barca triste o como un leño.
El buque, el buque entero, sin ti era un ataúd sobre las olas,
un herido flotando tristemente
sobre una muchedumbre de amapolas.
Me tambaleaba en medio de gaviotas,
me inclinaba hacia ti salobremente,
y las islas brillaban como lunas
sobre toda la noche de mi frente.
(Mar adentro no hay más que los recuerdos
y sal sobre mi piel, sobre la vida,
y el amor que pregunta por la sangre
y le responde el labio de una herida.).
A veces era lunes,
decían que era lunes mis hermanos,
y te veía venir sobre las olas
con toda la semana entre las manos.
El tiempo era tu ausencia,
el mar era la sombra de la tristeza mía,
y el buque era un naufragio que se inclinaba
y no se decidía.
Por la noche volaban las estrellas,
como peces dorados, por el cielo,
y yo pensaba que en la tierra firme
tú también contemplabas este vuelo.
El buque del amor, de los enamorados,
todavía navega por mis venas,
y levanta la espuma de mi sangre
y la pescadería de mis penas.
Un rumor de marea que no cesa
a pesar de los días y los pasos
acomete la costa de mis besos
y los acantilados de mis brazos.
Escucha el buque, esposa,
acerca tus oídos a mi piel como flores,
y escucha el buque, el buque,
navegar por mis mares interiores.
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