Amanecer entre caricias
Ella enmudecía en medio del silencio, temblaba de deseos por brincar a sus brazos. Él la contemplaba con ternura mientas el tiempo se desvanecía rendido al encanto del encuentro.
La mirada era constante, sostenida y mutua... recorrieron años en solo unos segundos ya no resistían tanta distancia del corto espacio que se interponía entre ellos.
Él corrió para romper esa barrera y en solo un paso logró alcanzarla, la abrazó con la fuerza que nació de la ausencia. Ella inundó sus ojos mansos de asombro y emoción, las lágrimas ahogaban el respiro y las caricias ya no tardaron más. Sus manos alrededor de su cintura fueron solo el comienzo, el renacer. Se sumaron los dedos que se confundían entre sus cabellos y esos besos postergados fueron a reposar impetuosos en sus labios.
Parecía detenerse el tiempo, pero el sol ya se ocultaba sin caer en cuenta que el ocaso desnudaba el misterio evidente.
No eran más palabras, ya no eran más un sueños... era realidad, eran solo ellos y la noche.
El mundo parecía no existir, solo el vertiginoso corazón que hacía bulla, llenaba los espacios de la habitación. Una vibrante locura puso fin a prejuicios y ataduras, el deseo se dejó encender y sus vestiduras en el suelo junto a los temores avivaban la pasión. Cuanta piedad en las caricias arrebatadas, que solo esas pocas manos recorrían desenfrenadamente su desnudez y no alcanzaban, no bastaban, se perdían en sus cuerpos... en su piel hambrienta de amar.
El lecho no era más que unas suaves y tibias sábanas que poco o nada los cubrían, apenas sostenía sus cuerpos para no dejarlos caer desde la nube que los mantenía elevados, parecían danzar en una inmensidad sin temor, sin elocuencia. Ahora solo eran uno... ella en su pecho, él en ella.
Se fundieron en caricias y deseo, ella pronunciaba bajito su nombre... él, un enérgico te amo.
Él miraba como ella mordía su labio, ella cerraba sus ojos para no perderse en su mirada.
Él renacía en cada respiro, en cada caricia... ella vivía en cada gemido, en cada beso... Él intentaba contenerse, moría lento en su respiro, ella solo soñaba despertar entre sus brazos y exhalaron juntos el último hilo de sus alientos, sobraba desvelo, faltaba el aire, se rendía el misterio, la duda... pudo más el corazón, el amor.
Él renacía en cada respiro, en cada caricia... ella vivía en cada gemido, en cada beso... Él intentaba contenerse, moría lento en su respiro, ella solo soñaba despertar entre sus brazos y exhalaron juntos el último hilo de sus alientos, sobraba desvelo, faltaba el aire, se rendía el misterio, la duda... pudo más el corazón, el amor.
La noche parecía ausente y soñaron juntos el mismo sueño, con sus dedos entrelazados, con sus cuerpos fundidos por vez única, con la fortuna dibujada en sus cansancios. Él reposaba sosegado, apacible... ella despertó... veló su fantasía, la atrapó y la hizo parte de las suyas.
Sonrió la madrugada, una brisa se colaba por la ventana y un tímido rayo de sol arrullaba con suavidad sus cuerpos abrazados... extasiados, exhaustos de placer.
Sonrió la madrugada, una brisa se colaba por la ventana y un tímido rayo de sol arrullaba con suavidad sus cuerpos abrazados... extasiados, exhaustos de placer.
Ya incorporados contemplaban sus caricias, las manos en su espalda dibujaban ternura, un beso en su hombro que ella tatuó, un suspiro de él, que ella atesoró en su alma. Se rindieron ante la verdad que nunca las mentiras callaron y el trinar de la alondra recitaba la poesía que los silencios aguardaban por su aroma. Juntos observaron esa mañana eterna, inmortal... Ella en su regazo, él en su mirar.
Colaboración de Alondra
Chile
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